Verano 3

Quisiera ser Martín Seijo. Pero no puedo. Nunca pude. Su momento más espectacular ocurrió el 12 de noviembre de 2023 y yo fui testigo. Ese día realizó la última función de Última(s) Catástrofe(s), la obra de música situada que llevó adelante con su grupo, la Compañía de Funciones Patrióticas. Atardecía sobre la plaza de Mayo, un suave y refrescante viento primaveral nos aliviaba. Allí, Martín Seijo se despojó de la remera negra que llevaba puesta, con la leyenda “Milei 2023” en nítidas letras blancas en el frente. Una vez en sus manos, la arrojó a la basura. Mientras nos dejábamos llevar por la música de un festival que se estaba desarrollando in situ, conversamos sobre el futuro inminente y las posibilidades de que no ocurriera lo que iba a pasar apenas una semana después, cuando tendría lugar el mentado balotaje por las elecciones presidenciales en Argentina. Ese fue el punto culminante, el cénit y la caída, el auge y el ocaso de Martín Seijo. Y de todo un país tras su fallido intento de evitar lo inevitable. Por supuesto que hoy, a más de tres meses de aquel decisivo instante, sabemos de sobra que su performance debería haberse llamado (Ante)Última(s) Catástrofe(s). Pero en aquel momento, aún sin el diario del lunes, todo era provisoriamente inesperado. De la misma manera en que ocurrió con otros tantos, nunca más supe nada de Martín Seijo. No sé qué habrá sido de él, nuestro único héroe en este lío. No sé si habrá podido sobrevivir a Pene Chico. Seguramente no.

Decepcionado por la desaparición de Martín Seijo, me empapo del lenguaje de la teología de nuestro tiempo. Escucho a los gurúes de nuestra época: los economistas expertos en los mercados financieros.

Cualquier shock político generará una disparada inflacionaria.

¿Sobrevaluación del equity local? Depende de la política monetaria y de los balances de las empresas.

Será necesario ver los reportes de FIEL, para entender de qué vamos a morir. Y más importante aún: cómo y cuándo finalmente sucederá.

No hay viabilidad política, social y económica. Es por esta razón que los superávits gemelos son descaradamente falsos e insostenibles en el tiempo.

Se reducen las chances de un salto discreto en el tipo de cambio.

El financiamiento internacional se atisba apenas en el horizonte como una esperanza quimérica, insustancial, vana, excepto que se produzcan reformas estructurales. ¿Acaso alguien en su sano juicio podría prestarle siquiera un mísero dolor a este gobierno? ¿Alcanzan 15 mil millones para levantar el cepo?

Nuestro país, pese a todo, se presenta como tierra de oportunidades: sigue barato en bonos sin tener una guerra ni un ejército de ocupación en las lejanas tierras del sur. La relación riesgo-retorno es claramente la mejor de todo el mercado.

¿Se espera una normalización?

El límite es la creatividad humana, si ocurre una reestructuración de la deuda externa.

Tenemos para elegir: hay bonos soberanos que responden de la mejor forma ante escenarios alcistas. Otros, a la inversa, tienen un gran rendimiento en escenarios defensivos.

¿Bullish y bearish o hawkish y dovish? Esa es la cuestión.

Pero recuerden lo importante: la voluntad de pago nunca significa capacidad.

Se atenúan las expectativas de devaluación.

Malas noticias para la comunidad inversora: este año no habrá reformas estructurales.

Levantas una de las orejas del cajón de tu tía. Es domingo al mediodía, en Chacarita. Uno de los cementerios que mejor conoces. Caminas por entre las tumbas rumbo al destino final, con siete personas más, incluidos tus primos, que también sostienen el cajón. Una imagen: las flores, la tierra removida, la tumba fresca. Una imagen que paradójicamente tranquiliza, que pone todo en relación y te hace olvidar del dólar, el calor y el fascismo, que volvió la vida un infierno en la tierra. Cada día, una mala noticia. Cada día, otros muertos, más excluidos, aún más caídos del sistema, tornándose todo insoportable.

Otra imagen: el coche fúnebre con las letras grabadas que corresponden a su nombre, dispuestas en un cartel. Al final del día, en el balance de las cosas, una vida siempre se resume a eso. Se condensa en esas letras negras, con tu nombre y apellido, en un fondo blanco, sobre un coche fúnebre. Pero a su vez esa vida o cualquier otra es mucho más y mucho menos.

Ya cumpliste en tu vida varias veces este rol. Ya levantaste con otros los cajones de personas que quisiste y los llevaste rumbo a su destino final. La tierra o la cremación. Estás harto. Te harta que esta época haya reducido esta vida o cualquier otra a algo tan banal, tan idiota, tan sinsentido. Es la operación de las cuentas de X. Es su modus operandi. Nombres falsos sin rostros, que escriben sandeces a sordos sin parar. Sin volver la vista atrás.

Cada vida cuenta. Cada muerte se incorpora. Es alimento para seguir existiendo.

A lo lejos, el ladrido imposible, mudo, de tu perro. Te consuela. Te acompaña. Te canta.

Al anochecer o al amanecer: la música, la meditación, el mantra, el silencio.

Lo único que importa, pensás, es lo que conmueve.

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