Y que viven bajo un techo de madera, inoportuno y distante, que sigue sus días, pudriéndose sin parar. Es importante preguntarse, en este punto, cómo se dará la tan mentada reactivación. Si tendrá lugar por la acción de un viento intenso y cambiante, con olor a aire fresco de mar. O si se dará más bien por el silencio y la pausa, una decepción reservada solamente para el lugar de la honestidad. Y también quizás para la gente. En el pasaje de un siglo al otro, los personajes ya no están en búsqueda de un autor, sino quizás de salud, capital económico y simbólico. Y es que a esto se ha reducido la vida hoy. La pesadilla del personaje es el terror a ser descubierto como un farsante, un impostor, un déspota de la ficción. Los fantasmas del calor agobiante, de la vida breve, de la noche sin luz. Los personajes no tienen idea, ninguno de ellos, de lo difícil que es sobrevivir. Ni siquiera saben lo que pueden llegar a sentir. Es un conocimiento accesible solo quizás a un sonámbulo, un astrónomo o un noctámbulo.
Si se pudiera resucitar a una familia, ¿qué harían quienes les sobrevivieron? ¿De qué serviría? Es imposible saber donde termina la realidad y empieza la ficción. Donde el duelo cede su lugar a la autocompasión. Una tragedia animal con fantasmas, es lo que tendrá lugar. Tarde o temprano. Algunos personajes de un conocido programa de televisión aún siguen con vida. No se sabe por qué ni para qué. Pero ahí andan, deambulando entre claroscuros de estudios de radio.
Mayor actividad en un proceso tras una situación de recesión. Un parate. Una suspensión. Una visita guiada se transforma en feria americana. En mercado persa. Un dealer busca despertarlos, sin lograr nunca la aprobación. Unos personajes promulgan una ley de solidaridad. Una reactivación productiva. Encontrarán, en cambio, a sumo un arco iris, una máquina, ropa, piel. Y en el epílogo, con suerte, temblor y temor.