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Sobre la virtualidad y la presencia

junio 12, 2022

Volver al teatro después de dos años y medio. Después de la tragedia. Recorrer el trayecto que separa a la sala de mi casa, caminando, con temor y deseo a la vez. Regresar a una sala en la que actué, hace ya tantos años, en otra vida. Volver al teatro no en cualquier circunstancia ni con cualquier obra: se trata del Festival Internacional de Buenos Aires, nada menos. Un ámbito asombroso, siempre repleto de novedades, formador de lenguajes, constructor de fantasías sociales. La obra: L’Avenir/El porvenir, regala cinematográficas postales de una Europa devastada en tiempos de Apocalipsis. El éxodo de una población desmembrada, condenada a refugiarse, a vagar sin rumbo fijo. Sin memoria. Lo que era solo un mero ensayo de imposible ciencia ficción se convierte, de un día para el otro, en la realidad pura y dura de las tapas de los diarios. El teatro sigue funcionando como anticipación de las catástrofes por venir, ya/hoy presentes. De esto se trata: de estar en la presencia, de habitar en comunidad un espacio. La suspensión de la credulidad o de la incredulidad. La construcción de comunidades afectivas transitorias, solo por lo que dure una función.

Soy de los primeros en ingresar a la sala. Apenas me siento entiendo que cometí un error. Me voy alejando paulatinamente hacia la última fila. Quiero estar solo. Quisiera estar en completa soledad ante la obra. Busco alejarme de la gente pero es imposible. La función está agotada. Todo parece ser igual. Todo es tan diferente. Nostalgia de la virtualidad: la distancia es una condición de la presencia. Se extrañan las obras para plataformas de la Compañía de Funciones Patrióticas y de La Fura dels Baus. Pero todo eso es del orden del pasado. Ya no volverá, es lo que parece gritarnos este momento de la pandemia, ya invisibilizada, ya declarada de facto endemia.

Y es que todo ha sucedido en estos años bajo la lógica de una estética de la precariedad, tal como la entiende Eleonora Fabião. La autora nombra cuatro tipos de precariedades: la del sentido, “que deja de estar preestablecido y fijado para ser condicional, mutante, performativo”; la del capital, “cuya supremacía es desbancada y la pobreza expuesta”; la del cuerpo, “que, lejos de ser percibida como deficiencia, es actualizada como potencia”; y la del arte, “que vira hacia el acto y el cuerpo”. Lejos de todo esencialismo, en las obras producidas durante el confinamiento, que cruzaban artes escénicas y tecnologías digitales, vimos estas precariedades en acción. Las teatralidades de la pandemia acercan y alejan a la vez, subjetivizan y objetualizan, mantienen la dimensión de lo incognoscible sin dejar de apostar a dimensiones narrativas, tal como señala Mauricio Barría Jara: “Mientras la vista controla desde la distancia, mantiene la distancia y desde esa condición puede objetivar y objetualizar (es un órgano del conocimiento), la escucha mantiene siempre una dimensión de indiscernibilidad, de misterio; no genera certidumbres, sino que provoca relaciones, la necesidad de que el otro complete el sentido”. La dimensión relacional de las artes escénicas se potenció quizás como nunca antes en aquel tiempo de pantallas obligatorias. “Inestabilidad, relatividad e indefinición, en favor de la permanente renovación de sí, del medio y del arte”: nada menos que “la potencia vital de la precariedad” que promete Eleonora Fabião, es lo que tuvo lugar en la escena de la pandemia.

El teatro es un laboratorio microsocial y micropolítico, hacer como si el 2020 no hubiera existido y volver sencillamente a lo anterior no sólo se revelaría como un error, sino como una condición directamente imposible. La presencia convive con la telepresencia. Todo espectáculo devino susceptible de ser digitalizado. El directo asumió nuevas condiciones, asociándose al streaming. Lo híbrido se impone. La inmersividad que supuso siempre asistir a una obra de teatro “físico” se transforma sensorial y cognitivamente con tecnologías como el video 360 y la realidad virtual, que suponen una suerte de síntesis entre el teatro y el cine. Hibridación, hipertextualidad, remediación, conexión, interactividad, intermedialidad, inespecificidad, plataformas, posproducción, yuxtaposición de géneros y formatos, collage entre arte y comunicación, ¿solamente palabras de moda para el goce de los teóricos que buscamos explicar lo inexplicable, pensar lo impensable? ¿O quizás el punto de partida de otro marco sensorial, emocional y epistemológico?

Asumo que esta época me descolocó, me desorientó. Obligó a que tirara a la basura, o mejor dicho a la papelera de reciclaje, las creencias previas, el marco teórico bajo el que vivía mi vida. Nada puede ser igual que antes. Nada lo es, por más esfuerzo que pongamos en ocultarlo. Existe un antes y un después, como se puede ver al acercarse a los relatos sobre las pandemias anteriores. ¿Por qué el teatro, entonces, debería quedar exento de esto?

Vuelvo a L’Avenir/El porvenir. Salgo del teatro. Pienso que es una obra a la que podría haber asistido perfectamente desde una de las pantallas de mi vida. Sin embargo no fue así. Estoy contento, conmovido y movilizado. Aunque no pueda explicar muy bien por qué. Ni mucho menos comprenderlo bajo cualquier marco teórico.

En: Revista Funámbulos: https://online.fliphtml5.com/pnxpk/jktc/#p=14