El Hombre se mueve circularmente alrededor de la Mujer, que está en el centro del escenario. La Mujer permanece inmóvil. Fuma una pipa larga y negra, que sostiene con su mano izquierda. Sigue con la mirada la trayectoria que describe el Hombre al moverse. En su trayectoria, el Hombre se agacha y se levanta sucesivamente. En ocasiones, gira sobre su eje.
Mujer (tras una profunda pitada): Me desvanezco lentamente hasta casi no pertenecer más a mi cuerpo. Mis pies acompañan mi fuga. Me persiguen. Me acometen. Sufren. Me cuentan lo que les pasa. Pero yo ya no los siento. Reniego de la naturaleza de mi cuerpo. Me fugo. Desaparezco. Para que no haya más lamentos. Para que sólo haya silencio.
Silencio. El Hombre comienza a describir una trayectoria circular más cercana a la Mujer. Se mueve con mayor frenesí. Al hacerlo, se resbala y cae. La Mujer no lo nota. El Hombre se levanta y continúa moviéndose en círculos cada vez más cercanos a la Mujer.
Mujer: Tus palabras puestas en mí. Dadas vuelta. Tu eje bailando alrededor de mi centro. Soy víctima de tu movimiento. Tu pierna me asusta. Me patea. Se manifiesta con furor aún cuando ya no hay lugar para la pelea. Y tu ombligo. Me observa desde hace mucho tiempo. Permanece atento a cualquier gesto. A mi huida falaz, fraguada, patética. Se acerca y me toca. Suda. Se excita. Entonces lo acaricio y se tranquiliza. Pero enseguida se agita y me demanda otra vez su atención con constancia y perseverancia. Pero yo ya no puedo. Sólo una caricia me está permitida. Un consuelo. Estoy cansada. Es tarde. Es hora de que mis pies me sigan.
Silencio. El Hombre se frena por un momento. Mira a la Mujer a los ojos. La Mujer permanece inmóvil.
Hombre: Tu pelo está lleno de rulos. No es lacio. Tus pies no se inmutan. Aunque quieras. Sobre ellos brilla en espejo mi herida. Yo te la causé. Es de silencio, de rencor y de huesos. Tus palabras, ajenas, distantes, me atraen. Me impulsan a acercarme. Mi ombligo, especialmente, te desea. Aprovecha la oportunidad, pese a tu encierro, para acecharte. No hace caso de mis consejos. Como mi pierna. Estás en lucha constante contra tu cuerpo. Lo sé. Me doy cuenta. No vas a llegar demasiado lejos. Petrificada. Quieta. Sin movimiento.
Silencio. La Mujer da profundas y largas pitadas a su pipa. El Hombre se rasca la cabeza. Comienza a describir un círculo muy cercano a la posición de la Mujer, hasta llegar a rozarla. Ella se mantiene quieta en su posición.
Mujer: Huí hace mucho tiempo. De tu olor y de tu encierro. Cuando aún era capaz de hacerlo. Fue la posibilidad física la que me incitó. La que ahora ya no tengo. Tu lujo es tu movimiento. Y es también mi tormento. Mi cuerpo, impotente, sufre. Quiere otra vida. Busca otro encierro. Me paro sobre mis dos piernas y lo intento. Me muevo. O creo hacerlo. Un paso. Otro. Y otra vez la misma ausencia. Mi lujo. Mi tormento. Mi antiguo movimiento. Mis pies, ya no los siento.
Silencio. El Hombre frena. Mira a la Mujer a los ojos. Luego se vuelve y comienza otra vez a moverse en círculos alrededor de ella. Se resbala y cae. Luego se levanta y sigue moviéndose circularmente.
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