Archive for the ‘infancia’ Category

Fervor reversionado (4): Alameda misteriosa

marzo 31, 2024

Todos nuestros pasos

inmeditados

están destinados

a la limpidez de la lágrima.

La iniciación de la tarde inaugura

un juego de sombras,

un reloj de fina arena,

que se desliza entre los dedos,

y se pierde en la maraña

de los restos del pasado.

Una calle ignorada avanza abierta

hacia la noble anchura de la terraza.

Una música antigua y esperada,

unos días perfectos,

entran en vano en mi corazón.

Todo declive es grato

a la hora en que entra la luz

y las cornisas y las paredes muestran

la conmoción del fondo.

La advertencia de la noche

es una esperanza que solo comprenden

las niñas en los balcones.

Quisiera escribir un verso tan real

como la medianía de las casas,

como los colores blandos

de una calle ignorada,

como la ternura de los candelabros

olvidados.

En la penumbra de la paloma

di con una tarde de plata.

Recuperado,

solo después reflexioné

que mi vida ardió

como una vela aislada

en la fantasía

de la casa de mi infancia.

Como un pozo ciego

diciembre 22, 2022

Pensé en Sabella. Pensé en mi papá. Pensé en mi infancia. Pensé en Maradona, claro. Pensé en el que fui, en el que soy, en el que alguna vez seré. Pensé en mi festival de fantasmas. Pensé en mis miedos. Pensé en mis fuerzas. Pensé en mi coraje. Pensé en mi dolor. Y entonces ya no pude contenerme más. Y lloré. Lloré de alegría, de pena y de desahogo por estos años tan duros. Por esta vida tan difícil. Por todas las tristezas acumuladas, tan hondas, tan definitivas y crueles. Como un pozo ciego. Por eso quizás es que vale tanto esta alegría. Porque no repara de ninguna forma lo que ya no puede ser reparado. Pero de alguna extraña e incomprensible manera, la alivia.

Es domingo. Salgo a recorrer la ciudad. Soy testigo, en primera persona, de la alegría de todos, que es también la mía, quizás por única vez.

Su mago

junio 8, 2022

Ya viene. Ya viene. Tiene que venir. Ella no mentiría. Jamás mentiría. Dijo que iba a venir. Ahora. Exactamente ahora. Ya. En un momento más. Tiene que venir. Ella lo espera. Todos lo esperamos. No solamente ella. Yo también lo espero. Soy uno más de ellos. Los que lo esperan. Soy el único en realidad. El único que también lo espera. Además de ella. Y es que paulatinamente, casi sin avisar, todos los otros, los demás, los que también lo esperaban, (como ella, como yo), se han ido. Nos abandonaron a nuestra suerte. Sin decirnos ni una sola palabra, tomaron sus cosas y se fueron.

Mientras tanto, ella juega. Con su muñeca. Le da de tomar té. En su tacita de porcelana. En el banco de la plaza. Mientras tanto. Lo hace para mitigar la espera. Para que el tiempo pase más rápido. Para que le duela menos. No sé por qué se demora. Qué es lo que lo retiene. Tiene que venir a verla. Ya. En cualquier momento. Apenas pestañeemos. Vamos a ver venir su inconfundible auto negro, de vidrios polarizados, doblando, a la vuelta de la esquina. Y apenas llegue, se la va a llevar consigo. Adonde le parezca. En algún lugar secreto. En un escondite privado. La va a ocultar. Es lo que va a intentar, al menos. Aunque yo esté en mi puesto, listo para impedírselo.

Pensar que fue anoche, justo antes de irse a dormir, antes de que le leyera el último cuento, cuando ella me dijo que él iba a venir a buscarla. En la plaza. La había citado ahí. Un encuentro secreto. Nadie sabía nada. Sólo yo tuve el privilegio. Gracias a su confidencia.

Me dijo que él era un mago. Su mago particular. No importaba cuántas veces le dijera que los magos no existían, (o que existían sólo en los cuentos), ella no me creía. Jamás me creía. Ni me tomaba en cuenta.

Su mago le hacía regalos. Uno tras otro. Un desfile interminable de presentes. Día tras día. Hasta llegar a este encuentro culminante. El de ahora. Al que él está llegando tarde. Como siempre, según ella.

Ya viene. Ya viene. Tiene que venir. No puede ausentarse por más tiempo. No va a dejar esperándola ni un solo minuto más. No va a ser tan cruel. Al menos no con ella. No puede dejarnos así. Esperándolo. Es hora de que venga. Ya. Es necesario que venga a terminar su obra. La que empezó apenas se conocieron. Hace un tiempo.

Ahora ella la peina. En este preciso momento. Peina suave y delicadamente a su muñeca. Después de haber tomado juntas el té en tacitas de porcelana.

El auto negro llega. A la vuelta de la esquina. Doblando. Tal como estaba previsto. Vidrios polarizados que reflejan el azul del cielo. Por fin viene. Alivio. Suspiro. Al fin viene a verla. Viene a dar cuenta de ella. Cierra la puerta del auto. Camina a su encuentro. Ella da dos pasos hacia él. Un hombre alto, elegante y sobrio. Vestido completamente de negro. Se los ve muy juntos. Muy cerca uno del otro. Casi pegados. Por un momento, sus dos siluetas se confunden. Se vuelven una sola. Se abrazan. Al menos es lo que alcanzo a ver, desde donde estoy. Él, tan alto y tan viejo. Ella tan pequeña. Se marchan. Juntos. Ella sube a su auto negro. Y ya no los alcanzo a ver más. Desaparecen. Se pierden dentro de esos vidrios polarizados. Pese a que permanezco ahí, en las sombras, mientras los veo marcharse juntos, mi posición es inútil. Igual que mi cautela.

Una nena de nueve años con un cincuentón alto, viejo y encorvado, al que ella llamaba “su mago”. Eso es todo lo que sé. Es lo que me dejan ver. Es lo que quieren que yo sepa. Un extraño. Ese hombre. Para mí y para ella.

Para ella también era un extraño, lo sé. Al menos hasta que llegaron a conocerse íntimamente. Hace un tiempo. Casualmente. En ese momento, ese hombre dejó de ser un extraño. Y pasó a ser su mago. El que le hacía regalos. El que le cumpliría todos sus deseos.

Mientras los veo irse, al mismo tiempo que los contemplo, me doy cuenta de que no atiné a hacer nada. Para defenderla. Para evitar la fuga. Pese a que estuve todo el tiempo ahí, agazapado, entre las sombras, mi posición no sirvió de nada. No le hizo ningún bien. Pese a que fui a ese lugar sólo con la intención de protegerla, no atiné a mover ni un dedo.

Dejé que se la llevara. Ese hombre. Su mago. Ese señor viejo, distinguido y encorvado. Elegante. Ese extraño que se citó con ella en un lugar tan apartado. A una hora tan incierta. Fui testigo de una reunión secreta. De la que sólo yo me enteré, sin contar a los directos interesados. Pero no pude sacar ningún provecho de eso.

Una vez que suba al auto (me acuerdo que pensé), no creo que sepa más nada de ella. Efectivamente eso fue lo que sucedió. Subió al auto negro de ese mago distinguido. Y ya no supe nada más de ella. Nunca más la vi. A lo largo de todo este tiempo.

Todavía ahora, después de tantos años, regreso a ese lugar. Todos los días. Cada vez que puedo. A cada instante que mis obligaciones me lo permiten. En cada momento que espero, presiento o pienso que ese viejo auto negro va a volver a aparecer nuevamente.

Como lo hizo aquel día. Exactamente igual que esa vez. Doblando, a la vuelta de la esquina.

Ya viene. Ya viene. En cualquier momento viene. Tiene que venir. Ese auto negro. Ella va a salir por la puerta. Se va a acercar hacia mí. Va a venir a buscarme justo en donde estoy ahora. Agazapado. Escondido entre las sombras. En mi posición de todos estos años. La de siempre. La misma de esa tarde de hace tantos años.

Vendrá como si nada. Como si todos estos años jamás hubieran transcurrido. Al menos no para ella. Fresca. Inmaculada. Eterna. Anclada para siempre en sus nueve años. Tomando el té con su muñeca. La misma de aquella vez. En su taza de porcelana.

Bajará de ese viejo auto negro. Se librará del hechizo de ese mago, su mago, el único que aún existe sobre la faz de la tierra. Vendrá directo a abrazarme. Caminando hacia mi posición. La que ella conoce tan bien como yo.

Un abrazo tan prolongado y tan cálido, que creo que nunca más podré despegarme de ella.

Cuando venga, saldré a su encuentro. Eso es lo que voy a hacer. Lo tengo todo bien pensado. Muy planificado. No voy a dejar que ella me busque. No. Voy a ser yo quien vaya directo a su encuentro.

Nos iremos juntos. Ella y yo. Lejos de ese mago. Ese hombre extraño que le hizo tanto daño. Que la encantó durante todos estos años.

Ya viene. Ya viene. Tiene que venir. En un momento más. Apenas un poco más.

Yo mientras tanto sigo esperándola acá, escondido entre las sombras, agazapado. No vaya a ser que ella no me encuentre en mi posición. Y que ya entonces la pierda para siempre. Definitivamente…

Buenos Aires en 100 palabras (83)

enero 21, 2021

Ir al Italpark es entrar en un carrusel emocional. Un lugar del que jamás se sale indemne. Dos grandes adversarios son a la vez un dúo de productores de adrenalina en su máxima expresión: la montaña rusa y el Samba. Los autitos chocadores permiten expresar el odio hacia la sociedad. Indianápolis es, en cambio, una carrera mental, que uno corre contra sí mismo. Lo realmente fascinante es, no obstante, la sensación de estar en el parque. Caminar entre un juego y otro, fortuita, azarosamente. El tiempo exterior queda suspendido. A la salida espera la normalidad: la decepción ordinaria y permanente.