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El otro

marzo 7, 2022

En una habitación hay un sillón muy grande y viejo de color rojo oscuro con adornos dorados, una silla oxidada y una mesa redonda, sobre la que hay una bandeja de plata, encima de la cual descansa un guante blanco. La Señora A se encuentra sentada en el sillón. Está encorvada. Sobre su regazo descansa un gato negro. En ocasiones el gato ronronea. Leonardo se encuentra parado al lado de donde está sentada la Señora A. Sostiene en su mano derecha un abanico muy grande y viejo, ajado en el medio, con el que abanica a la Señora A. Leonardo tiene puesto en su mano derecha un guante blanco.

Señora A (en voz muy alta): ¿Ha visto alguna vez una corrida de toros?

Leonardo (muy alto): Sí, señora, pero no me gustan.

Señora A (en voz baja): Ponete derecho. Hagamos de cuenta que no lo vimos. Que no sepa todavía que sabemos que sabe.

Leonardo (en voz baja): Sí, pero, ¿y si todavía no lo sabe?

Silencio. El gato se acomoda en el regazo de la Señora A. Leonardo deja de abanicar a la Señora A. Ambos se miran asustados.

Leonardo (volviendo a abanicarla, en voz alta): Mejore su posición, señora. No corresponde a su dignidad.

Señora A (en voz alta): ¿ Usted pretende que me enflaquezca?

Leonardo (muy alto): Precisamente.

Señora A (en voz baja): Mis gustos me pertenecen. Debería aceptarlos, aunque aquí estén prohibidos.

Leonardo (en voz baja): Los acepta, pero los ignora. Ya no le interesa.

Señora A (en voz baja): ¿Cómo es eso?

Leonardo (en voz baja): Tal cual le dije. Acepta que son suyos y que estén prohibidos, pero le resbalan.

Señora A (asombrada, en voz baja): ¿Te dijo eso?

El gato se incorpora y los mira a los dos, desde el regazo de la Señora A.

Leonardo (muy alto): Debo decir que su furia, su impetuosidad frente a lo rojo, me es atractiva. Eso no puedo negarlo. Pero, no obstante, ¿es necesario ese canibalismo? ¿Esa profunda demostración de terror de la superioridad humana?

Señora A (en voz alta, muy fríamente): Nosotros tenemos los instrumentos quirúrgicos. No es culpa nuestra que todavía vivan de agua y de pasto.

Leonardo (en voz baja): Me habló de un pasaje, su nueva dirección. No muy lejos de aquí. Quise indagar más, saber si había comido en los últimos días, cómo estaba. No tuve tiempo. Me tuve que ir. Estaba…

Silencio brusco. Ambos se sobresaltan al ver que el gato los ha estado observando con mirada escrutadora. Leonardo silba una vieja canción de marineros mientras continúa abanicando a la Señora A. La Señora A acaricia y tranquiliza al gato, que vuelve a acurrucarse en su regazo.

Leonardo (en voz alta): Su apreciación puede ser cierta, pero no olvide que injustamente se los denomina “bestias salvajes”. Pero sin embargo, ¿ hay algo más inmoral que quitarle la vida a un ser viviente en un espectáculo público?

Señora A (muy alto): No diría inmoral, aunque es cierto que no es de buen gusto. Quizá debería ser privado.

Leonardo (en voz baja): …acicalándose, olfateando sus heridas, y hablaba de forma entrecortada, pausada, leve. Dijo algo más pero no pude entenderle. Le dolían sus párpados. Maña…

Silencio incómodo. El gato, sin despertarse, se mueve en el regazo de la Señora A. Ambos se miran inquietos.

Leonardo (en voz alta): Privado. Sí. Asistiría solamente el rey, la corte y algún que otro invitado ocasional, aunque no puedo asegurárselo. Pero por lo que me ha dicho, usted tiene intenciones de ir.

Señora A (en voz baja): Conmigo fue insolente. Me dijo cosas vulgares. No me aseguró su regreso. Lo extraño. Lo quiero de vuelta. Está herido. Lo sé. Pero a mí eso no me interesa. Siento su lengua ahí, muy cerca de la mía, todavía. No sé cuanto tiempo voy a aguantar con este…

Silencio. El gato se levanta con brusquedad del regazo de la Señora A y se va al piso. Pasea por la habitación y los observa. Ambos están muy nerviosos.

Señora A (en voz alta): Desearía poder ver una verdadera carnicería. Aunque sea por última vez. Para poder contárselo a mis nietos, cuando ya no existan. Porque aquí se van a prohibir.

Leonardo (en voz alta): Corrección. Ya están prohibidas.

Señora A (muy alto): La muerte sobrevuela su herida. El rey, pícaro, da su gesto bueno, mientras besa a la reina, para que lo ensarten, lo destripen y le saquen sus testículos que un rato antes se apoyaban sobre los restos malheridos de un cuerpo que alguna vez fue de un hombre, o peor aún, de un torero.

El gato se dirige hacia donde está la silla oxidada. Se sube, se acurruca en ella y queda profundamente dormido.

Señora A (en voz baja): Llamalo. Hacé algo, por favor. Pedile que vuelva. Le daré todas las prerrogativas que él quiera. Ayudame. Lo detesto. Estoy harta de él. No lo soporto. Ayer mientras se sentaba entre mis piernas…

El gato ronronea. La Señora A se calla bruscamente y le hace señas a Leonardo para que diga algo.

Leonardo (en voz alta): Su comentario me parece atroz, señora. No tenía idea de que usted tuviera tanta violencia contenida.

Señora A (en voz alta): Es el cuadro que se forma el que me gusta. Con todos sus elementos. La magnanimidad del soberano, su buen gesto, que perdona, el sudor del torero prácticamente muerto, junto con su sangre seca, pegada a sus estropajos, la carne polvorienta de ese animal salvaje, su lengua y sus testículos, que muere de una sola y limpia estocada, haciendo honor a su furia.

Leonardo (en voz baja): No piensa volver. Eso ya lo discutí con él. Le pedí por favor, como usted me dijo. Su respuesta fue mezquina. No le gusta el trato que le dio. No quiere comer en el piso. Ni dormir en el suelo. Quiere la cama. Su cama. Y su mesa. Así las llamó. Tiene todo eso en otra parte. Lo tratan de otra manera. Con otra jerarquía. Como un humano, me dijo. Sin ir más lejos me contó que ellos…

Silencio. El gato se baja de la silla. Pasea por la habitación por un instante, luego vuelve a acomodarse en el regazo de la Señora A.

Señora A (en voz alta, desobedeciendo las señas de Leonardo): Iré yo misma. Me humillaré si es necesario. No me interesa. Le pediré al rey audiencia. Esto es inaudito. Me pertenece. No puede cambiar de domicilio cuando quiera. Ya no lo aguanto. Me vigila todo el tiempo. No lo deseo. Mientras me baño y me peino…

Silencio brusco de la Señora A. El gato se acerca, la mira directamente a sus ojos y le lame la cara con su lengua. La Señora A tiembla y no puede reprimir un gesto de repugnancia

Leonardo: Señoría. Su pedido.

El gato se da vuelta y mira a Leonardo, que deja de abanicar a la Señora A, toma la bandeja de plata que se encuentra sobre la mesa redonda y la deposita en el piso. El gato se baja del regazo de la Señora A, se sube encima de la bandeja, olfatea el guante blanco que se encuentra sobre la bandeja y luego lo orina. Leonardo levanta la bandeja y la coloca en la mesa, sonriendo forzadamente. Luego vuelve a abanicar a la Señora A.

Leonardo: Siéntese derecha. No corresponde a su dignidad.

Señora A: Su corrida. Mi corrida. Su lengua. Sus testículos. Lo extraño. Ojalá vuelva.

La Señora A permanece sentada en el sillón. Encorvada. El gato, desde el suelo, la mira. Se apagan las luces.