Estoy en un cuarto oscuro donde puedo ver mi rostro en un espejo gigantesco, que devuelve una imagen de mi cuerpo entero. Mi rostro es joven, como si volviera a tener ahora dieciocho años, pero está dañado y cortajeado alrededor de la boca y el mentón. De pronto, las heridas se reactivan y la sangra mana. No hago nada para detenerla. Los cortes se profundizan cada vez más, segundo a segundo. No puedo dejar de mirarme, fascinado y asqueado a la vez. Estoy enteramente cubierto de rojo: sin darme cuenta, esparcí mi sangre con mis manos a lo largo de todo mi cuerpo.