No será jamás como el primer día, ni tampoco como el último. Será quizás el cumpleaños más recordado. Y es que no se cumplen ochenta años todos los días. Eligen para la ocasión vestirse con las mejores galas: vestido de noche, de un lado, saco y corbata, del otro. Será una cena abundante y copiosa, en una cantina de Tres Arroyos, en la que abundan los platos armenios y los postres agridulces. Para beber, vino blanco helado, porque se trata de una noche agobiante. Hablarán de todo lo que nunca se dijeron. Lo que jamás volverán a decirse. En la aspereza de la noche sabrán reconocer el sabor proverbial del kanachi. Justo antes de que el día comience, llorarán.